Siempre escuchamos hablar de trabajo multidisciplinar, de equipos de trabajo coordinados, de trabajo integral. Y es que claro, a nadie se le ocurre “partir” a un ser humano en trocitos para “reparar” el que no funciona correctamente. ¿Pero en verdad funcionan estos equipos? ¿En verdad se trabaja de manera coordinada?

La realidad es que es muy complejo. Y no solo por el tiempo que hay que destinar a este tipo de trabajo en conjunto, sino porque cada profesional debe estar abierto y receptivo a nuevos o diferentes puntos de vista y porque cada profesional en si mismo, debe reconocer de verdad al ser humano como un todo que forma un perfecto engranaje.

Aquellos que provienen del ámbito clínico probablemente al leer esto piensen que en sitio de trabajo se realizan muchas “sesiones clínicas” y están habituados al trabajo en equipo. Pero ¿Qué pasa con la parte educativa? ¿También está perfectamente coordinada? ¿Por qué entonces se suele parcelar el aprendizaje? ¿Por qué se tiende a separarlo del neurodesarrollo y, muchas veces, forzar situaciones de aprendizaje por seguir un modelo educativo determinado y generalizado? ¿Por qué no recomendar y pelear por un modelo educativo especializado en el cuál todos tengamos las mismas oportunidades de aprender? Y digo oportunidades, no que aprendamos lo mismo, y mucho menos que aprendamos de la misma manera.

La educación especializada, es eso, una forma específica de enseñar a personas con algún tipo de dificultad en el neurodesarrollo. Y, como todo modelo educativo, no debe buscar la mera repetición de contenidos con mayor o menor éxito, sino el aprendizaje funcional, la excelencia, la motivación por el saber, el razonamiento.

Pero además de todo esto, la educación especializada debe plantearse como un paradigma educativo preventivo, sobre el cuál se trabaje desde los inicios para modelar, guiar, reeducar, rehabilitar y/o compensar funciones alteradas. Independientemente de la patología o enfermedad clínica de base, la función neurológica debe entrenarse de manera diferente porque, si ya de por si todos aprendemos de manera diferente, aquellos niños que tienen alguna función alterada o retraso en su desarrollo, necesitan aún más de un modelo que respete sus individualidades.

Si eso lo asumimos de entrada, a edades tempranas, en lugar de esperar que “maduren” cuál manzanas en un árbol; si detectamos las dificultades y comenzamos a trabajar sobre ellas de manera específica sin perder ni un segundo, desde luego los resultados positivos aumentan exponencialmente.
Y si desde el colegio asumimos ese rol conjunto que surge de la unión de neurodesarrollo y aprendizaje, elaborando planes curriculares basados en procesos madurativos, nos garantizamos el aprendizaje formal – cada cuál a su tiempo y cada cuál a su nivel –. Después de todo es más o menos lo que propone Vigotsky en los años ´30 con su “zona de desarrollo próximo”.

Pero asumámoslo, esto es posible con ratios pequeñas, con profesionales especializados, con horarios que conjuguen todas las áreas y el conocimiento diverso en todo momento. Esto es lo que hacemos y el éxito de nuestro modelo educativo. Nada se deja librado al azar ni “a la maduración espontánea y mágica” de nuestros alumnos. Cada profesional conoce perfectamente a cada niño, cada profesional se toma el tiempo necesario para observarles y saber qué y cómo actuar.

Y desde luego todos los profesionales necesitamos formación constante, no sólo referente a nuestra área de actuación, sino también a otras complementarias. Sólo así funciona un equipo multidisciplinar. Solo así no se pierde ni medio segundo.
No hay parcelas en un niño, no hay áreas que deban trabajarse más o menos que otras, hay un todo que necesita de todo para poder construirse.

 

 

 

Mariana Lombrado

Directora del Cole de Celia y Pepe 

Licenciada en Fonoaudiología/Logopeda.
Máster en clínica de los trastornos del lenguaje.
Experta en bilingüismo.