Dada la importancia de considerar las emociones del alumnado dentro del proceso de enseñanza aprendizaje, especialmente interesante resulta introducir el trabajo de la Inteligencia Emocional en alumnos con necesidades de apoyo. Generalmente son alumnos que requieren de apoyo en distintos ámbitos. Teniendo en cuenta por tanto la complejidad de las emociones, va a ser un aspecto en el que van a necesitar una especial atención.

Con el término Inteligencia Emocional se hace referencia a la “capacidad para percibir sentimientos propios y de los demás, distinguir entre ellos y servirse de esa información para guiar el pensamiento y la conducta de uno mismo”.

Además de la definición, podemos hablar de cinco dimensiones dentro de la Inteligencia Emocional. A continuación menciono cada una de ellas y la importancia de trabajarlas con las personas con necesidades de apoyo.

– Autoconocimiento emocional (o autoconciencia emocional). Se trata del reconocimiento de las propias emociones y sus efectos o consecuencias. Esta dimensión es importante ya que forma parte del proceso de conocimiento de uno/a mismo/a. Es de especial importancia trabajarlo con las personas con necesidad de apoyo por las dificultades de anticipación que presentan, haciéndoles conscientes de los efectos que sus acciones pueden tener.
Algunas maneras de trabajarlo podrían ser nombrando emociones, reconociendo imágenes, analizando episodios instantáneos y naturales, role playing, etc.

– Autocontrol emocional (o autorregulación). Cuya finalidad es conseguir ajustar las respuestas emocionales a las diferentes situaciones. Pensemos que muchas personas con necesidades de apoyo suelen presentar dificultades a la hora de controlar sus impulsos y ajustarse a las situaciones cotidianas. Especialmente en algunos casos más concretos como TEA o Discapacidad Intelectual.
Se podría trabajar a través de técnicas de relajación, entrenamiento en análisis de situaciones y pensamientos, búsqueda de alternativas…

– Automotivación. Relacionado con el autoconocimiento, tratar de conocerse a uno/a mismo/a para intentar hacer aquello que gusta a cada uno por “motu proprio”, y no sólo por motivaciones externas. Incentivar las habilidades para motivarse a sí mismos y la iniciativa propia. Consideremos que en ciertas ocasiones esta iniciativa de las personas con algún tipo de discapacidad se ve coartada, por lo que es necesario potenciar esa motivación interna.

– Reconocimiento de emociones en los demás (o empatía). Principalmente para poder entender cómo se sienten los demás y el mundo que les rodea. Esta dimensión está muy relacionada con la teoría de la mente, en la que algunas personas con discapacidad pueden presentar diferentes limitaciones. Es decir, necesitan apoyo para poder ponerse en el lugar de los otros.
Trabajarlo a través de la explicación de situaciones reales, simulaciones, trabajando el lenguaje corporal, etc.

– Control de las relaciones sociales. Esta dimensión, relacionada con el resto, supone un manejo de las emociones para desempeñar un papel activo dentro del entorno social. Participar de esas relaciones y no sólo ser meros espectadores. Debemos tratar de dotarlos de estrategias que mejoren esas relaciones, como fórmulas o trucos que las faciliten.

La importancia y el modo de trabajar cada una de ellas dependerá de cada persona, de sus características y de sus necesidades de apoyo. Podemos tener un alumnado que posea unas habilidades sociales bastante buenas, pero que necesita trabajar la empatía. A la vez que podemos tener alumnos y alumnas que presenten menos problemas para motivarse, pero sí necesitan trabajar las relaciones sociales.

De esta manera, incluyendo la inteligencia emocional dentro del proceso de enseñanza aprendizaje de nuestro alumnado, a parte de perseguir logros académicos, estaremos potenciando su desarrollo general y personal.

 

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Antonio Alberto Fernández

Diplomado en Magisterio, especialidad en Educación Especial. Licenciado en Psicopedagogía y con amplia experiencia en Intervención Educativa en alumnos con discapacidad intelectual