[vc_row][vc_column width=»2/3″][vc_column_text]Andrea Rodríguez Martínez[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/3″][/vc_column][/vc_row][vc_row][vc_column width=»2/3″][vc_column_text responsive_align=»left»]

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El desafío de la realidad educativa actual

 

Tradicionalmente, la escuela de antes seguía siempre el mismo patrón de acuerdo a la sociedad en la que se vivía. Todos los niños repetían de memoria una y otra vez los contenidos aprendidos, estaban en clase como meros oyentes, en pupitres individuales y solo interesaba el resultado final. Era un proceso estandarizado y lineal. Y este modelo es el que ha perdurado hasta nuestros días.

Sin embargo este modelo educativo ya no nos sirve, dado que el mundo, en el último medio siglo, ha cambiado radicalmente. Ahora vivimos en una sociedad innovadora en la que el motor son las ideas y la creatividad. Gracias a los descubrimientos científicos hemos aprendido cómo funciona nuestro cerebro, el órgano encargado del aprendizaje, descubriendo algo que los griegos ya sabían: que no aprendemos repitiendo, de memoria, si no haciendo y experimentando. Por este motivo es necesario dar un giro de mínimo 180 grados y transformar la escuela de arriba abajo. Necesitamos una escuela que mediante el aprendizaje significativo, social y emocional fomente la educación personalizada, que potencie el desarrollo de cada individuo, que estimule la creatividad, la pasión, el talento y la cooperación… ya que nuestro futuro está lleno de nuevos retos que requerirán nuevas soluciones. Y sobre todo necesitamos niños felices, niños que acudan cada día al colegio con ilusión, motivación y alegría.

Desgraciadamente la mayor parte de las Instituciones Educativas trabajan de espaldas a esta realidad, a este cambio de visión, y parece que todavía siguen estancadas en aquel modelo tradicional, en el que el niño era de todo menos protagonista de su propio aprendizaje.

De cierta manera se ha olvidado que lo bueno de la educación está en la experiencia, en la alegría de descubrir cosas, en la satisfacción de tener una pregunta o una duda y poder buscar una respuesta y no necesariamente en la propia respuesta.

Muchos niños y profesores (más niños que profesores) en nuestro sistema educativo actual se sienten aburridos y frustrados porque por culpa de las presiones y la obsesión por los resultados, la magia del aprender y del viaje se disipa. Según Richard Gerver, éste puede ser uno de los motivos por el que cada vez más niños sufren fracaso escolar y  abandonan los estudios, ya que no ven en ellos ninguna pasión, ninguna emoción. Y es a raíz de esta fijación con el resultado final donde se ignora la alegría y la satisfacción del camino.

Enseñar con pasión, creatividad e imaginación tendría que ser algo maravilloso, donde la educación emocional forme parte de nuestro día a día en el colegio, en el que los niños amen aprender, amen ir al colegio; y para conseguir esto, sería necesario crear un ambiente donde prevalezca la armonía, la creatividad, la pasión, la confianza…y que les haga volver, que les haga ir con ilusión y alegría a las aulas.

Desafortunadamente, para muchos niños, el colegio es como una prisión donde los edificios ni siquiera suelen ser muy bonitos, donde ellos tienen que estar callados, quietos y sentados en sus pupitres, y donde todo tiene que estar bajo el control del profesor. Esta manera no es la mejor forma de motivar a los niños.

Las aulas tienen que ser espacios atractivos, originales, divertidos; donde los niños adquieran conocimientos de una manera diferente a la de ahora, a través de diferentes actividades, haciendo proyectos y donde la clave esté en la adaptación del profesor a sus alumnos, y no al revés. Un sistema educativo flexible y personalizado adaptado a las necesidades e intereses individuales de cada niño. En definitiva, donde aprender sea una acción divertida y donde

Este proceso de aprendizaje debería incluir la capacidad de asombrarse y maravillarse con cada aprendizaje; debería estar lleno de posibilidades y debería contar con profesores que disfruten enseñando, aprendiendo, guiando a sus alumnos y colaborando conjuntamente con los demás profesionales del colegio.

Tal y como afirma el psicólogo y profesor Antonio Latorre, para cambiar la escuela es necesario que las prácticas docentes cambien. Y para que estas cambien se precisa un profesorado capaz de reflexionar, analizar e indagar su práctica docente, que se constituya en investigador de su propia práctica profesional.

Las mejores aulas son lugares donde los niños rebosan de alegría, lugares donde se sienten bien, relajados, felices y donde hay un interés común por aprender, ya que de esta manera los profesores también están relajados y disfrutan enseñando.

César Bona, en su segundo libro, “Las escuelas que cambian el mundo”  (que por cierto os recomiendo leer) habla sobre las “Escuelas Changesmaker”. Estas son nuevas escuelas que están cambiando la visión de la educación y están preparadas para liderar una verdadera transformación educativa. Para conocerlas, César viajó por toda España, tanto por zonas urbanas como rurales, para investigar y vivir en primera persona cómo son y la manera en la que trabajan con los niños. Tal y como se dice en el libro, estas escuelas destacan no solo por su excelencia académica, si no también por desarrollar un proyecto integral basado en el respeto, la curiosidad, la imaginación, el trabajo en equipo, la empatía y la interacción con la sociedad.

Esta nueva visión pedagógica que se transmite en el libro sería la “ideal” para poder llevar a cabo en todos los centros educativos.

Pienso que el mundo ha cambiado. De hecho se encuentra en un cambio constante y nosotros deberíamos adaptarnos a él y aprovechar todo lo que nos brinda. La educación es un bien común; es compartir, es aprender de otros y que otros aprendan de ti y así debería ser siempre. El famoso psicólogo estadounidense, Jerome Bruner, definía la educación como una forma de civilización, en la que el educador y el alumno se educaban conjuntamente gracias al diálogo; y yo estoy de acuerdo con él. Es importante que hoy en día en las escuelas se escuche y se tenga en cuenta al niño. Que el centro de todo niño sea él mismo y su desarrollo armónico y global, donde se trabaje tanto en equipo como de forma individual, ofreciéndoles espacios dinámicos y herramientas según las necesidades de cada uno. Que aprendan hacer cosas desde la práctica fomentando en todo momento valores de integración, implicación, de respeto y de admiración. En definitiva, que los niños tengan ganas de volver al día siguiente.

“El valor de la educación está en el camino y no en la meta.”    Richard Gerver.

 

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AndreaRodriguezMtnz2

Andrea Rodríguez Martínez

Diplomada en Educación Infantil.
Licenciada en Psicopedagogía.
Amplia experiencia docente en enseñanza infantil y primaria.[/vc_column_text][/vc_column][vc_column width=»1/3″][/vc_column][/vc_row]