La palabra fobia se usa indiscriminadamente para expresar lo que es sólo miedo, lo que desvirtúa el término y, también, los síntomas de la gente que las sufre de verdad. Mientras que el miedo es normal, la fobia es un trastorno. Estas son sus diferencias. El psicólogo especialista en Psicología Clínica Francisco Conesa Beltrán concreta en una entrevista con Infosalus que el miedo es «una respuesta normal y adaptativa ante una situación u objeto que representa un peligro real».

Como emoción normal, las personas la sienten a menudo. «La respuesta de miedo es la que nos hace quitar la mano de la proximidad con una plancha caliente, la que evita que crucemos una calle cuando está transitada continuamente por coches o la que nos pone en alerta cuando escuchamos un claxon de coche cerca de nosotros», ejemplifica Conesa, que resume que «el miedo es el mecanismo que tenemos los humanos para salir airosos de una situación que puede implicar peligro real y objetivo».

Así, la fobia también es miedo, «pero un miedo intenso, persistente en el tiempo y desproporcionado ante una situación u objeto que no representa un peligro real», matiza el psicólogo. «La persistencia en el tiempo hace que sea desadaptativa e implica un malestar importante en la persona que la sufre», agrega Conesa. Otra clave es que «es totalmente involuntaria», según el experto.

Los síntomas son variados. Conesa destaca como componentes importantes el fisiológico, como sudoración, palpitaciones, respiración agitada o molestias estomacales; el cognitivo, que incluye pensamientos catastrofistas, de excesiva preocupación por amenaza percibida y peligro; y el componente conductual. El más común de este último es la evitación de la situación u objeto que produce la fobia. «Cada uno de ellos, según la persona, se puede dar con mayor o menor intensidad», apunta el experto.

Hay muchos ejemplos. Uno de ellos sería la fobia a volar. «Se puede tener cierta reticencia a coger un avión, con una sensación difusa de temor, pero cuando se convierte en una evitación total a coger un avión, cuando sólo de pensar en coger un avión se desencadena una fuerte sudoración, con palpitaciones, con preocupación excesiva de poder sufrir un accidente, se habla de fobia a volar», clarifica Conesa.

Otra fobia «representativa y frecuente» es la fobia social. Ésta «implica un miedo intenso y persistente a exponerse a situaciones sociales y públicas, no sólo las que implican hablar frente a grandes auditorios, sino a aquellas que implican relación social con grupos más o menos numerosos de personas, y dónde la persona que la sufre tiene una gran preocupación por creer que actuará de forma inadecuada y la valoración que pueden hacer los otros de su comportamiento», indica el psicólogo.

Por lo tanto, la diferencia entre miedo y fobia radica, por una parte, en el tiempo que dura y, por otra, en la percepción del peligro real. También en el «malestar excesivo que produce en la persona y las dificultades en llevar a cabo actividades cotidianas», prosigue Conesa.

«El miedo el comportamiento es una respuesta a evitar una situación de peligro y que, pasado el peligro, el miedo ha desaparecido», mientras que en la fobia «el miedo es continuo y lo es a estar o imaginar que se va a estar en una situación que se percibe como peligrosa, sin serlo», resume el experto.

¿DE DÓNDE SALEN LAS FOBIAS?    

Conesa sitúa la aparición de las fobias en la experimentación de experiencias desagradables. La concatenación de acontecimientos tras la experiencia desagradable se acompaña «de un intenso temor ante una determinada situación y, posteriormente, el miedo excesivo y desproporcionado aparece en situaciones similares con las respuestas físicas, de pensamiento y comportamentales comentadas», expone el experto.
Las fobias tienen tratamiento. El de elección es el cognitivo conductal. «Siempre conducido por un psicólogo», avisa el experto. El tratamiento se focaliza en enseñar a la persona a manejar su miedo «mediante procedimientos de reinterpretación de lo síntomas presentes, manejo de los pensamientos de excesiva preocupación, aprendizaje de respuestas de relajación y mejora de las respuestas de afrontamiento», continúa Conesa, que insiste en que «siempre de forma progresiva y adaptada a las características de las personas».

Por último, «y bajo supervisión médica, también se utilizan procedimientos farmacológicos complementarios al tratamiento psicológico, sobre todo para paliar la sintomatología fisiológica asociada a la ansiedad», concluye el psicólogo especialista en Psicología Clínica.

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