Uno de cada 100 nacimientos a día de hoy en España presenta TEA o Trastorno del Espectro del Autismo, según datos de la Confederación Autismo España. Cuando un niño nace no se sabe qué trastornos o patologías va a presentar. Y a esto hay que añadirle que cada uno somos diferentes, y nos expresamos de manera distinta. No obstante, existen signos que nos pueden hacer sospechar de que algo pasa.

Esto sucede con un niño que nace con TEA. No suele ser hasta a partir del año o año y medio cuando padres y profesional sanitario suelen ponerse alerta y vigilantes ante unas actitudes por las que el niño pueda, o no, responder a un trastorno de estas características.

A estas edades un niño con autismo no balbucea; no hace gestos como saludar con la mano, señalar para pedir alguna cosa o mostrar objetos; no reconoce su nombre ni tampoco responde cuando se le llama; o por ejemplo no se interesa ni se implica en juegos interactivos sencillos, como el ‘cucú-tras’ o similares, según detalla la Confederación Autismo España.

¿Qué sucede con la lactancia materna?¿Cómo son estos niños a la hora de mamar?¿Realmente son incompatibles lactancia materna y autismo, pese a la creencia de muchos profesionales sanitarios de que no son compatibles? La realidad es otra. Se puede dar de mamar a un niño con TEA. Mayor prueba de ello es el caso de Silvia Ramirez, en la actualidad asesora de lactancia, y madre de un niño autista de 11 años, a la que la lactancia le ha «salvado de muchas», según confiesa en una entrevista con Infosalud.

«A la hora de la lactancia es difícil. Cuando un bebé nace no se sabe si tiene o no autismo porque no se puede detectar tan tempranamente. De hecho, puede que halla otros trastornos detrás que no sean TEA. Eso sí, sí que hay una serie de signos a vigilar que suelen presentar las personas con TEA durante la lactancia materna», manifiesta Ramirez.

LA LACTANCIA, SIEMPRE LA CULPABLE   

Esta madre, que lidera el blog ‘Lactando en diverso’ (premio al Blog Revelación del año 2018 de Madresfera), relata que cuando nació su hijo tuvo muchos problemas con la lactancia, «pero fueron solo el principio de la tortura» que como familia tuvieron que vivir, especialmente su hijo.

«Cuando conseguimos que la lactancia fuera rodada empezaron las obsesiones con la comida, las ecolalias, las repeticiones, o las estereotipias, por ejemplo, que nadie supo ver. La culpa siempre era de la lactancia, de ‘no ponerle límites’, de dejar que ‘hiciera lo que le daba la gana’. Siempre nuestra, por nuestra forma de criar y educar», lamenta esta estudiante de Psicología en la actualidad, y jefa de recursos humanos de una entidad del sector de la salud mental.

En ningún momento Ramirez dice que nadie se planteó que esos «comportamientos extraños» del pequeño tuvieran algo que ver con un trastorno del desarrollo neurológico, hasta que un día, cuando el niño tenía 8, encontraron un gabinete privado que dio por fin con el diagnóstico: el niño tenía TEA.

Por ejemplo dice que se cree erróneamente que un bebé con autismo mejorará su actitud en la terapia por dejar la lactancia materna, o que desarrollará el habla más tarde por culpa de la lactancia.

«Cuando un profesional sabe mucho de TEA pero no de lactancia cubre ese hueco de formación, o bien buscándola en alguien especializado en ello, o bien en prejuicios de forma inconsciente. La verdad es que no hay ningún estudio que demuestre que para un niño con TEA la lactancia materna sea perjudicial; al revés, se ha visto que estadísticamente los niños puntúan con índices cognitivos más altos», celebra.

Esta asesora de lactancia señala que un niño con autismo suele ponerse muy rígido a la hora de lactar sin motivo aparente, «se ve que no quieren que se les coja», o a la hora de lactar en varias ocasiones se separan del cuerpo de la madre, por ejemplo.

«Esto son signos, pero no porque lo haga significa que vaya a tener TEA. El tema de la postura, del agarre, o del frenillo, también hay que atenderlos. Siempre hay que estar observando. Incluso puede ser que haya algo médico que no se haya detectado, como un dolor de oído, que le lleve a esas actitudes, o por el contrario que se trate de un caso en el que exista algo más», manifiesta.

A su vez, destaca que un niño con TEA cuando es bebé carece de esa sonrisa social que el bebé controla a su gusto a partir de los 3 meses, cuando ya no es un reflejo, o por ejemplo no responde a determinados estímulos de sus padres, y mantiene una mirada perdida.

«El dar de mamar a un bebé tenga TEA o no es decisión de la madre y del hijo. Ahora mi hijo tiene 11 años y le he dado pecho hasta los 5 años y medio. En mi caso me topé con la falta de conocimientos en autismo y en lactancia, y cuando nació mi hijo ya daba signos de que algo no iba bien desde el principio», subraya.

En concreto, ya más mayor del año, dice que, entre otros signos, le echaba de la habitación, jugaba solo, alineaba objetos, hacia torres hacia arriba, hacia filas, tenía explosiones de ira brutales, alteraciones sensoriales que le creaban una crisis, pero que no lo sabían, o por ejemplo hasta los 5 años casi no desarrolló el lenguaje, nadie lo detectó. El niño ya ha pasado por 3 escuelas.

Para ella, según reconoce, la lactancia fue «una gran ayuda» porque su hijo no comía y porque era una herramienta de contención emocional, le aportaba al menor calma y le ayudaba a superar las crisis. «Cuando se desbordaba tenía crisis de pegar patadas, morder, o tirarse al suelo, y no es una rabieta, eran desbordamientos, explotaba, se angustiaba ante la falta del lenguaje, de comunicación, de herramientas, porque nadie sabía que tenía autismo», recuerda.

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