La mexicana, diagnosticada con TDAH y dislexia desde niña, gana el certamen en medio de polémicas, aplausos y una conversación global sobre inclusión y salud mental.

La imagen es la clásica de los concursos de belleza: una joven con la banda cruzada, el maquillaje impecable y los focos apuntando a una corona recién colocada. Pero en el caso de Fátima Bosch, Miss Universo 2025, el pie de foto no es el habitual: “mujer neurodivergente, diagnosticada en la infancia con dislexia y Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH)”. Desde Bangkok hasta Villahermosa, su historia ha roto el molde de lo que significa ganar “la corona más cara del mundo” y ha colocado en horario de máxima audiencia palabras que normalmente se escuchan en consultas de neurología infantil, en psicopedagogía o en foros de activismo: diagnóstico, acoso escolar, inclusión…

Nacida en Teapa (Tabasco, México) en el año 2000, formada en el Colegio Arjí y más tarde en Diseño de Moda en la Universidad Iberoamericana —con estancias en Milán y Vermont— pertenece a una nueva generación de reinas que se presentan menos como muñecas perfectas y más como mujeres con biografía compleja, familia influyente y presencia pública muy diseñada en redes sociales. Detrás del vestido dorado y del traje típico inspirado en Xochiquétzal, la diosa de la belleza y las flores, hay una niña que creció escuchando que era “rara”, “lenta” o “incapaz” debido a diagnósticos que ahora pronuncia con total naturalidad ante millones de personas.

En entrevistas ha contado que fue diagnosticada con TDAH y dislexia desde pequeña, y que la escuela no fue precisamente un camino de rosas: tareas que le requerían el triple de tiempo, compañeras capaces de crueldades notablemente creativas y profesores que no sabían muy bien qué hacer con una alumna que se movía demasiado, le costaba leer o parecía no prestar atención. Con los años, ha resumido todo aquello en una frase que ya es casi un eslogan viral: “Tengo dislexia, TDAH e hiperactividad… y me hacían bullying por ello”. Hoy esa frase funciona como bandera para miles de adolescentes neurodivergentes que, por primera vez, ven a alguien “como ellas” en un escenario mundial con una corona, y no con un parte disciplinario.

Su historia personal se mezcla con la narrativa del triunfo. No solo ganó Miss Universo México; se convirtió en la primera tabasqueña en representar al país y terminó coronada en la edición 74 del certamen celebrada en Nonthaburi, Tailandia, bajo el lema The Power of Love, con 118 concursantes y un ambiente político más tenso que una final de Eurovisión.

Allí ocurrió otro episodio que dio la vuelta al mundo: el director nacional del certamen tailandés la reprendió públicamente durante un acto, la acusó de no seguir instrucciones promocionales y, según varios medios y la propia participante, llegó a llamarla “cabeza hueca” antes de pedir a seguridad que la retirara del evento. La imagen de Bosch levantándose y abandonando el lugar acompañada de otras candidatas —incluida Miss Universo 2024— se convirtió en símbolo inmediato: la mujer que no se deja humillar en directo.

Miss Universo calificó la escena como abuso. Él acabó pidiendo disculpas entre lágrimas. La presidenta de México, Claudia Sheinbaum, elogió públicamente la reacción de Bosch. Y las redes hicieron el resto: una mujer a la que de niña señalaron por no encajar volvió a ser ridiculizada públicamente, esta vez en prime time… y el mundo se puso de su lado.

Su victoria también dispara preguntas incómodas: ¿qué ocurre cuando la supuesta encarnación mundial del ideal de belleza admite abiertamente que le costaba leer, que no podía concentrarse o que sacaba malas notas… y aun así está allí, con una corona valorada en cinco millones de dólares?

Al premio simbólico le acompaña un paquete económico difícil de ignorar: un cheque de unos 250.000 dólares, un sueldo mensual de 50.000 durante un año, un piso de lujo en Nueva York con todos los gastos pagados y la obligación de representar al certamen en campañas, viajes oficiales, entrevistas y eventos internacionales. En otras palabras: una niña a la que se consideró problemática o vaga por su TDAH ahora gana en doce meses más que la mayoría de personas neurodivergentes en toda su vida laboral. Ironías del mercado: lo que antes era motivo de burla, ahora es eslogan.

En sus primeras declaraciones con la corona ya puesta afirmó querer ser recordada como alguien que “rompió un poco el prototipo de Miss Universo” y como una mujer real. Ha hablado de salud mental, autenticidad y autoestima. En redes se presenta sin rodeos: “mujer con TDAH”. Sus vídeos motivan a jóvenes que todavía pelean con diagnósticos incomprendidos, informes psicopedagógicos o familias que creen que “eso del TDAH son excusas”.

La palabra neurodivergente ha aparecido estos días en titulares, hilos de debate, informativos y foros con la misma naturalidad con la que antes aparecían glamour, pasarela o candidata. Y eso —aunque no cure el sufrimiento escolar, ni repare los sistemas educativos, ni borre traumas— abre una grieta en el imaginario colectivo: la de que solo las mentes neurotípicas pueden ocupar el centro del escenario.