Madrid, junio 2025

El neurólogo valenciano Álvaro Pascual-Leone, profesor de la Harvard Medical School y pionero en neuroestimulación, lanza una frase que suena a ciencia ficción, pero ya es una realidad clínica en EE. UU. y varios países europeos: “Estamos empezando a hablar el lenguaje del cerebro. Y podemos empezar a editarlo.” Pascual-Leone presenta los últimos avances en estimulación cerebral no invasiva, una herramienta que, lejos del laboratorio futurista, ya se está utilizando en niños con TDAH, dislexia, discalculia y trastorno del espectro autista. Sin cirugía, sin dolor, sin fármacos: solo pulsos eléctricos o magnéticos aplicados desde fuera del cráneo para reactivar los circuitos cerebrales que funcionan de forma anómala.

La técnica estrella es la estimulación magnética transcraneal (TMS), ya aprobada por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, sigla en inglés) en Estados Unidos para el tratamiento de depresión resistente y ciertos trastornos obsesivos. ¿El procedimiento? Una bobina genera campos magnéticos focalizados que inducen pequeños impulsos eléctricos en zonas específicas del cerebro, modificando su actividad.

Pascual-Leone lo describe con una imagen elegante: “Es como darle al cerebro un empujoncito para que se encamine por donde ya sabe caminar, pero había olvidado cómo.”

En personas con autismo, estos empujones pueden mejorar la lectura emocional, la atención conjunta y el control de impulsos. En niños con dislexia, potencian las redes neuronales encargadas del lenguaje escrito. Incluso se han visto progresos en casos de discalculia, donde las áreas relacionadas con el razonamiento matemático responden con mayor eficacia tras las sesiones de estimulación.

Uno de los ejemplos más impactantes que comparte el neurólogo es el del escritor John Elder Robison, autor de Switched On, diagnosticado con autismo, quien describió cómo, tras sesiones de TMS, comenzó a percibir emociones en los rostros ajenos como nunca lo había hecho. “No es que la estimulación ‘curara’ su autismo —aclara Pascual-Leone—, sino que le permitió acceder a capacidades que su cerebro tenía latentes, como si se encendiera una lámpara en una habitación cerrada.”

La plasticidad cerebral como terreno fértil

La base científica de esta revolución está en la neuroplasticidad: la capacidad del cerebro para reorganizarse y adaptarse, incluso en la edad adulta. Pascual-Leone insiste: “Todo cerebro cambia constantemente. La cuestión no es si va a cambiar, sino cómo. Lo que hacemos con la estimulación es dirigir ese cambio.”

Este principio no es nuevo. Lo que es novedoso es la precisión con la que hoy se puede intervenir. Tecnologías como la TMS o la TDCS (estimulación transcraneal por corriente directa) permiten ajustar parámetros como la intensidad, duración, frecuencia y localización del estímulo. Lo que antes era un martillo, ahora es un bisturí digital.

Pero no todo son luces. El propio Pascual-Leone advierte sobre el uso de estas técnicas para fines no terapéuticos: potenciar la memoria, aumentar la atención, acelerar el aprendizaje. “¿Estamos preparados como sociedad para decidir quién puede mejorar su cerebro y en qué medida?”, pregunta. “Cuando lo que está en juego es la capacidad de decidir, de sentir, de aprender… entramos en un terreno donde la neuroética no puede ir por detrás de la ciencia.”

Y aquí se abre un debate inquietante: si podemos estimular el cerebro para sanar, ¿también podríamos hacerlo para “mejorar”? ¿Qué pasará cuando estas herramientas se popularicen? ¿Habrá “cerebros premium” y “cerebros estándar”? La ciencia va por delante, pero la sociedad aún no ha dado respuesta.

¿Hacia dónde vamos?

Pascual-Leone invita a dejar atrás el enfoque de déficit y adoptar uno de potencial. “La educación y la medicina no pueden seguir solo detectando lo que falla. Deben empezar a cultivar lo que puede florecer.”

En un mundo en el que aún confundimos “trastorno” con “discapacidad”, su mensaje resuena como una declaración de principios: no se trata de normalizar a las personas diferentes, sino de darles herramientas para que puedan desarrollar lo que ya tienen dentro.

Y si la estimulación cerebral —invisible, indolora, aún incomprendida— puede ser una de esas herramientas, bienvenidos sean los empujoncitos.

Entrevista