Investigadora, cantante y docente, lidera un pionero proyecto que demuestra cómo el entrenamiento musical puede transformar el cerebro de niños con trastornos del lenguaje
Junio 2025
Manuela del Caño Espinel no encaja en una sola casilla. Es doctora en Neurociencias, licenciada en Química, cantante lírica y una apasionada defensora del poder transformador de la música. Y no lo dice solo con el corazón; lo respalda con datos, resonancias magnéticas y evidencia científica.
Esta investigadora lidera un proyecto pionero impulsado por la Fundación Querer en colaboración con HM Hospitales, donde se ha demostrado, por primera vez en España y con tecnología de última generación, que el entrenamiento musical regular puede generar cambios visibles en el cerebro de niños con trastornos del lenguaje. ¿El resultado? Mejora cognitiva, emocional y comunicativa… con banda sonora incluida.
“La música es una necesidad vital. No se trata de formar músicos profesionales, sino de usarla como herramienta para llegar donde otras metodologías no alcanzan”, explica. Para Manuela, ciencia y arte no compiten: colaboran. Hija de un violinista y una profesora de Química, su trayectoria vital refleja esa armonía. “Como neurocientífica, entiendo cómo la música activa redes sensoriales, motoras, emocionales… Como cantante, sé cómo se siente. Y como docente, veo su impacto cada día”, resume.
Durante años, investigó en laboratorios con células y ratones. Pero sentía que algo faltaba: llevar el conocimiento a las personas. “La ciencia me da respuestas, pero la música me conecta con los demás”, dice. Así nació su trabajo con la Fundación Querer, en el centro de educación especial «El Cole de Celia y Pepe», donde niños con diversidad funcional participan en intervenciones musicales adaptadas. El trabajo se ha realizado con un equipo interdisciplinar que integra profesionales del ámbito de la neurociencia como Wolfram Hinzen o Annika Linke, de la educación, la musicología, la logopedia, la terapia ocupacional y, por supuesto, musicoterapeutas como Myriam Chiozza, del equipo docente de El Cole de Celia y Pepe.
Cambios en el cerebro… y en la vida
El equipo que lidera ha observado transformaciones sorprendentes. Han visto plasticidad neuronal significativa tras apenas cuatro meses de intervención musical. “Gracias a resonancias funcionales, observamos cómo se activan áreas relacionadas con el lenguaje, la emoción y la memoria. Y todo con una actividad que, además de eficaz, es divertida y emocionalmente positiva.”
En palabras más técnicas, la música neuromodula: influye en la actividad cerebral, modifica patrones, estimula la producción de dopamina —el neurotransmisor del placer— y, como bien explica Del Caño, “es la única actividad que pone en marcha más regiones del cerebro a la vez, incluso más que leer o resolver un problema matemático”.
Uno de los elementos clave en sus terapias es el canto coral. “En un coro no importa quién llega primero, sino que llegamos todos juntos. Cada voz cuenta. Se unifica la diversidad sin borrar la singularidad”, dice Manuela. Y añade: “Un niño que no puede hablar, sí puede cantar. Puede tararear, imitar, sentir. La música no penaliza el error, premia la participación”.
Este enfoque tiene un enorme valor inclusivo. “Donde la palabra no llega, puede llegar una melodía. Y en un entorno educativo que a menudo excluye al que no encaja en el molde, la música abraza”, sostiene.
Del Caño va más allá del aula. Su próximo reto es investigar la relación entre música, bienestar emocional y sistema inmunológico. Ya hay estudios que sugieren que cantar reduce el estrés, regula las emociones y mejora la salud. “La música tiene efectos biológicos profundos. Y no tiene contraindicaciones”, bromea con rigor.
Pese a las evidencias, la música sigue siendo tratada como una “maría” en los sistemas educativos. “Es la primera asignatura que se recorta. Y eso es un error gravísimo. La música debería estar presente todos los días, en todas las aulas”, denuncia. “La música no es un adorno. Es una herramienta terapéutica, educativa y emocional con base científica. Invertir en música es invertir en salud, inclusión y desarrollo neurológico.”
En su opinión, todo el mundo debería hacer música, como quien hace ejercicio o medita. “No se trata de tener oído perfecto, sino de reconectar con algo que es intrínseco al ser humano. Todos llevamos dentro un pequeño artista. Solo hace falta darle espacio para salir”, afirma.
A los docentes les pide creatividad y formación para usar la música como recurso transversal. A las familias, que canten con sus hijos. “Una canción compartida puede ser ese puente que no logran con las palabras. No subestimemos el poder de tararear juntos”.
Y a las instituciones, una llamada urgente: “No más música en segundo plano. Está demostrado: mejora la memoria, reduce la ansiedad, estimula el lenguaje… y, además, es gratis. Solo hay que querer.”












