Beatriz Rico no es solo catedrática de neurobiología del desarrollo en el King’s College de Londres. Es, también, una narradora fascinante de lo invisible: las conexiones neuronales que nos permiten pensar, sentir, decidir y, en definitiva, ser humanos.

Beatriz Rico explica cómo se forma el cableado del cerebro, qué sucede cuando falla y, sobre todo, por qué los primeros años de vida son decisivos para cualquier intervención en niños con trastornos del neurodesarrollo.

El cerebro humano es, en palabras de Rico, una sinfonía complejísima. Y para que suene bien, hacen falta dos tipos de músicos neuronales: las neuronas piramidales, que lanzan señales excitatorias como violines inquietos, y las interneuronas, los directores de orquesta que regulan el caos con inhibiciones precisas.

Estas conexiones no son aleatorias. “Hay un código genético que guía a cada axón —el cable que conecta neuronas— hasta su destino, como si tuviera un GPS molecular”, explica Rico. Y sí, cuando este GPS falla, lo hace todo el sistema.

Uno de los grandes hallazgos de su laboratorio —y de la ciencia moderna del cerebro— es que existe una “ventana crítica” para estimular el desarrollo neuronal. Si no se actúa a tiempo, la orquesta desafina. “Lo que aprendemos durante los primeros años tiene una huella más profunda. Esa plasticidad no es infinita, y aunque puede extenderse en ciertos casos, no dura para siempre”, dice la investigadora. ¿Ejemplo? Ratones estimulados con juguetes, rampas y toboganes desde su nacimiento discriminan mejor texturas y objetos. Si esa misma estimulación se da en la edad adulta… no ocurre lo mismo.

En su laboratorio, Rico también estudia cómo las mutaciones genéticas alteran el delicado ensamblaje sináptico. Su equipo ha identificado mutaciones —como las del gen TSC2, implicado en la esclerosis tuberosa— que afectan de forma específica a las sinapsis entre determinadas neuronas, y que están estrechamente relacionadas con trastornos como el autismo.

Estas investigaciones revelan que no es solo la presencia de neuronas lo que importa, sino cómo se conectan. Y, a veces, lo hacen mal desde el principio. No porque falte talento musical, sino porque el director de orquesta y los violines no se están escuchando.

Entre gráficos cerebrales, vesículas sinápticas y axones, la doctora Rico comparte la historia de su hijo Gabriel, bilingüe gracias a la inmersión lingüística desde niño, y la comparó con su propio esfuerzo titánico para perfeccionar el inglés en la adultez. “Aunque mi inglés es fluido, tengo un fuerte acento español”, bromeó.

Esa anécdota personal ilustró mejor que cualquier imagen la importancia de empezar pronto. El cerebro joven aprende con una eficacia que el adulto solo puede envidiar.

Entrevista