El método Arrowsmith, basado en la neuroplasticidad, gana terreno en escuelas de todo el mundo. Su directora ejecutiva defiende un cambio de mirada urgente: dejar de etiquetar y empezar a transformar.
Durante más de 40 años, Debbie Gilmore vivió la escuela desde dentro: pizarras, pasillos, alumnos etiquetados como “capaces” o “con dificultades”. Enseñaba, sí, pero algo no encajaba. Hasta que conoció el programa Arrowsmith, un enfoque que no se basa en adaptar el entorno al estudiante, sino en transformar el cerebro para que el estudiante se adapte al entorno.
Hoy, Gilmore es la directora ejecutiva de Arrowsmith y recorre el mundo compartiendo los resultados de un método que parte de la neurociencia para mejorar las funciones cognitivas de personas con o sin dificultades de aprendizaje. Su última parada es España, donde ha participado en las VI Jornadas Neurocientíficas y Educativas de la Fundación Querer para presentar los resultados de un piloto en El Colegio Celia y Pepe.
“Es un privilegio poder contribuir a este debate presentando los resultados de nuestro estudio piloto… y el impacto positivo de los programas cognitivos en el alumnado”, cuenta Gilmore.
El Arrowsmith Program propone un giro radical: en lugar de ofrecer recursos compensatorios o bajar expectativas a quienes tienen dificultades de aprendizaje, se actúa sobre las causas. A través de ejercicios diseñados para activar la neuroplasticidad, los estudiantes trabajan áreas específicas del cerebro responsables de la lectura, la escritura, la memoria o la lógica.
“Usando el enfoque de neuroplasticidad de Arrowsmith, los estudiantes fortalecen las causas subyacentes de sus dificultades… y aceleran su capacidad para desarrollar habilidades académicas, sociales e interpersonales”, explica.
El resultado: un cambio medible en funciones cognitivas clave, que va más allá del boletín de notas. Gilmore menciona mejoras en razonamiento, comprensión lectora, pensamiento crítico, gestión emocional o incluso autonomía.
De una experiencia traumática a un método global
La creadora del programa, Barbara Arrowsmith-Young, sabía de lo que hablaba. A pesar de su talento, sufrió durante años problemas severos de aprendizaje. Cuando descubrió los estudios de dos neurocientíficos sobre la posibilidad de modificar el cerebro con entrenamiento, decidió aplicar esa teoría en su propia vida.
Creó ejercicios mentales, midió sus avances y diseñó un sistema completo que hoy se aplica en 16 países. El primer centro se abrió en los años 80 y, desde entonces, Arrowsmith ha evolucionado para incluir desde niños con dificultades hasta adultos mayores, personas con daño cerebral o altos directivos en busca de un extra cognitivo.
“En general, estudios independientes han visto que este programa mejora el rendimiento cognitivo y académico, genera más aprendizaje autodirigido, incrementa el bienestar emocional y provoca un cambio hacia una mentalidad de crecimiento”, resume Gilmore.
Para Gilmore, una de las claves del éxito del programa es que parte de una verdad que el sistema educativo tradicional ignora: el cerebro cambia, y se puede entrenar. Frente a un modelo que clasifica y etiqueta desde edades tempranas, ella propone intervenir donde realmente se gesta el aprendizaje: en la corteza cerebral.
“Se asume que la capacidad del cerebro es fija. Desde una edad temprana se identifica al estudiante como capaz o menos capaz, y esa etiqueta lo acompaña toda la escolaridad”, denuncia. “El mayor error en el ámbito educativo actual es no aprovechar la comprensión del papel del cerebro en el aprendizaje”.
España: primeros pasos y resultados
Durante 17 semanas, dos estudiantes con trastornos severos de lenguaje participaron en un piloto del programa Arrowsmith en El Colegio Celia y Pepe, de la Fundación Querer. Aunque el grupo es pequeño, los resultados fueron claros: mayor precisión al escribir, mejora en la lectura, más tiempo de atención, mejor legibilidad y capacidad para completar tareas escritas. “El programa ha impactado directamente sus competencias en lectura y escritura”, señala Gilmore.
Aunque Arrowsmith empezó centrado en dificultades específicas, hoy se utiliza también con alumnos sin diagnóstico, con altas capacidades o en procesos de rehabilitación. Su aplicación va más allá de las aulas: entrenadores ejecutivos y profesionales de la salud también lo integran en sus intervenciones. “Todos podemos usar el programa para aumentar la capacidad cerebral”, afirma.
La visión de Gilmore no es pequeña: quiere que todos los estudiantes del mundo pasen por un programa cognitivo como parte de su jornada regular, como quien va a clase de mates o de inglés. “Los estudiantes aprenden con sus cerebros, por eso tiene sentido aplicar un programa para mejorar su funcionamiento a la vez que usan su cerebro para aprender el plan de estudios”.
Con pasión didáctica y discurso afilado, Debbie Gilmore no viene a vender una moda educativa más. Viene a recordarnos que, si el cerebro puede cambiar, también puede hacerlo la escuela.
Entrevista