Muchas veces, cuando estamos enfocados en enseñar diferentes habilidades o destrezas, nos abocamos exclusivamente en que el alumno adquiera e incorpore lo que queremos transmitirle. Seguimos al pie de la letra la currícula, la planificación, los objetivos propuestos y otro sinfín de ítems, perdiendo, tal vez, la perspectiva sobre que le está pasando a ese alumno durante el proceso de enseñanza aprendizaje.

En este artículo, queremos abordar la importancia de la impronta que deberíamos tener a la hora de compartir nuestro bagaje de conocimiento con los demás. Dicho bagaje, compuesto de experiencias y saberes, lo hemos ido adquiriendo a lo largo del camino. No solo está enmarcado por los saberes teóricos o académicos, sino también, y de suma relevancia, por los saberes ocultos, aquellos que fuimos adquiriendo con el paso de los años, a través de la experiencia de vida, de sortear obstáculos, del ensayo y error, de intentar y nunca bajar los brazos, de la enseñanza que recibimos de nuestros alumnos y de muchos otros contenidos que no se adquieren leyendo libros, o grandes enciclopedias, o navegando por el inmenso océano de artículos que propone la web.

Desde una perspectiva fisiológica, hay evidencia científica, de que dichos saberes y experiencias (matemáticos, de las ciencias sociales, del lenguaje, de los juegos, del movimiento, de actividades de la vida diaria, etc.) quedan guardados en el “disco rígido” de nuestro cerebro. Estos acontecimientos, quedan asociados directamente con lo que se denomina sistema límbico, el cual está compuesto por varias estructuras cerebrales que regulan las respuestas fisiológicas frente a determinados estímulos. Dentro de estas respuestas, podemos encontrar, la memoria involuntaria, la atención o las emociones, entre otras. Dicho sistema junto con el sistema endocrino y el sistema nervioso periférico se encuentran en una constante y veloz interacción, y al parecer sin que sea necesario la mediación de estructuras cerebrales superiores.

Dicho esto, vamos a destacar la palabra “emociones”, ya que es allí en donde queremos profundizar.
Cuando algún amigo, hermano o colega, nos pregunta acerca de ¿Cuál fue la materia que más te gusto en la secundaria?, ponemos en funcionamiento nuestro “Google Cerebral” y generalmente, la respuesta la asociamos no al contenido que nos brindó la misma, sino al profesor que se encontraba a cargo del aula, y terminamos respondiendo: la del profesor “González”. Lo mismo sucede cuando vamos a un club y probamos un deporte por primera vez.

Imaginen a un niño en su primer clase de fútbol, donde se la pase corriendo atrás de la pelota sin tocarla ni patearla y sin la motivación externa que le pueda brindar el profesor. La experiencia del futbol va a quedar asociada a una emoción no placentera. En cambio, sí durante esa misma semana el niño asiste a una clase de básquet, y en ésta hay muchas pelotas, el aro se encuentra a una altura que facilite encestar y sea más accesible a su campo visual y además el profesor lo alienta y le brinda su apoyo constante, probablemente esa experiencia quede asociada a una emoción agradable o placentera y termine inclinándose por el básquet más que por el futbol. Esta elección, estará determinada en gran medida, por la emoción que le generó el asistir a esa clase que por el contenido deportivo propio de ese deporte.

Sucede algo similar cuando incorporamos nuevo contenido académico o nuevas experiencias de vida. Los nuevos conocimientos serán guardados en el cerebro, asociados a la emoción que le generaron a la persona durante el acto de aprender.

Desde nuestra área, la Educación Física, existe un término formulado y explicado por el profesor Pierre Parlebas, denominado Ludomotricidad, el cual hace referencia a realizar cualquier movimiento o actividad por el solo hecho de que la misma genere placer, resulte entretenida y la persona tenga ganas de hacerla. Tomando este concepto es que está en nosotros, los profesores de Educación Física, el poner nuestro ingenio e imaginación para que, al enseñar cualquier actividad, ya sea un juego motor o un deporte, la misma quede asociada a la alegría, a la diversión, al disfrute.

Si a la hora de enseñar, lo hacemos con desgano y aburrimiento, probablemente los alumnos no quieran volver a vernos o lo hagan sin ganas, desvaneciéndose de esta forma el concepto de ludomotricidad o bien quedando perdido en la neblina del aprendizaje.

Lograr esto, de que una determinada enseñanza está asociada a una emoción gratificante, no solo es exclusivo de los profesores de Educación Física, sino también de todas aquellas personas involucradas en la educación y enseñanza de las personas, ya sean docentes, terapeutas o familia.

Las personas con autismo se caracterizan por un empobrecimiento en las conexiones neuronales y en la integración de las diferentes regiones del cerebro, pero esta condición NO es excluyente para que cuando todos los involucrados en que la misma pueda adquirir nuevos saberes, contenidos y habilidades para favorecer una inclusión activa en la sociedad, usemos nuestro ingenio, pongamos en práctica nuestros saberes (académicos y ocultos), nuestra imaginación, nuestras emociones, para realizar actividades de enseñanza lúdicas, que queden guardadas con alegría, que generen las ganas de volver a realizarlas por parte de quien los recibe.

En resumen, creemos que está en nuestras manos, el “as en la manga” para lograr que las personas, sea cual fuere su condición, tengan ganas de seguir asistiendo a nuestras clases, de seguir aprendiendo, y de seguir incorporando contenidos y habilidades. Ojalá así, logremos sacarles una sonrisa y hacer de su mundo un mundo mejor.

 

Autismo - AMYDI_biasati.        Autismo_Lombardo_maximiliano AMYDI

LOMBARDO MAXIMILIANO – BIASATTI MARCELO
TEA MOTRICIDAD Y DEPORTE