Es una realidad. Los niños de hoy en día pasan la mayor parte del tiempo entre cuatro paredes, rodeados de nuevas tecnologías, de pantallas, ordenadores, móviles, tablets … y pocas veces nos preguntamos, ¿hasta qué punto esto es beneficioso para ellos?, ¿dónde queda la naturaleza en todo esto?, ¿qué porcentaje de su tiempo pasan los niños encerrados y qué porcentaje jugando en la naturaleza? Es importante que como padres y maestros nos preguntemos esto de vez en cuando y reflexionemos al respecto puesto que el ritmo de vida que llevamos es lo que nos hace orientarnos más hacia la vida sedentaria y rodeada de aparatos electrónicos, sin embargo, ¿de verdad nos ayuda esto?

Cada vez es más sonado el término “déficit de naturaleza”, el cual fue acuñado por primera vez por Richard Louv y hace referencia al vínculo roto entre la infancia y el entorno natural (Louv, 2012). No se trata de un término o síndrome médico que se diagnostique actualmente, pero sí es considerado como una de las causas de muchos síndromes muy presentes en la sociedad de hoy en día, como puede ser la ansiedad, la depresión, el TDAH, etc. (Freire Rodríguez, 2011). Por ello se hace cada vez más necesario acercar a los niños a los entornos naturales, por su bien, para favorecer su desarrollo tanto a nivel físico como emocional.

Todo lo aquí planteado no es solo beneficioso para los niños. Esto es también beneficioso e importante por la propia naturaleza. Nos encontramos en un momento de crisis medioambiental en el que los modelos de producción actual están comenzando a ser insostenibles. Estamos inmersos en una cultura de descarte, desechamos todo lo que nos parece inservible, muchas veces incluso antes de que deje de ser funcional. Estamos convirtiendo nuestro planeta, nuestra casa, en un gran depósito de residuos tóxicos (Bergoglio, 2015). Y si no cambiamos esto pronto, los resultados van a ser devastadores. Es fundamental arraigar a los niños a la naturaleza, tenemos que acercarlos a ella, hacerles sentir parte de esta. Las nuevas generaciones están cada vez más alejadas del entorno natural. En muchos casos sienten incluso aversión hacia el mismo. “Ahí no hay enchufes” argumentan los niños.

Como explica Richard Louv en una reciente entrevista con el periódico “El País”, las generaciones actuales son las que menos contacto han tenido en la historia con la naturaleza, por diferentes razones, como puede ser el diseño urbano, el modo de vida moderno, el amplio crecimiento y desarrollo de las nuevas tecnologías… si conjugamos estas dos situaciones, el desarraigo natural de las nuevas generaciones, y la crisis medioambiental, nos damos cuenta de que es evidente y críticamente necesario acercar a los niños al entorno natural.

Necesitamos estar en contacto con la tierra. La sobreestimulación sensorial a lo que estamos sometidos, focalizada especialmente en los sentidos de la vista y el oído, gracias a los aparatos electrónicos que tanto utilizamos, disminuye nuestra capacidad sensitiva y priva nuestros sentidos del tacto, el gusto, la kinestesia y el olfato. Esto genera una especie de adicción a la pantalla, necesitamos cada vez más este tipo de estimulación, pero favorecemos con esto el desarrollo de conductas agresivas, impulsivas, y la incapacidad para concentrarnos (Freire Rodríguez, 2011). No favorecer el contacto con otros niños y en la naturaleza, genera en los niños una menor capacidad atencional, así como un desarrollo intelectual, sensorial y social más bajo, ya que para aprender a relacionarse necesitan hacerlo realmente. Necesitan discutir, ponerse de acuerdo, tener disputas, frustrarse, ceder, etc. Y esto solo se consigue en contacto directo con el otro. (Salinero & Rodríguez-Ovelleiro, 2015).

Pero no se trata solamente de esto, lo que ocurre con un entorno tan tecnológico no afecta únicamente a nivel cognitivo, sensorial o social, sino que además se ve influenciado el desarrollo motor de los niños. En la actualidad, tanta tecnología genera mucho sedentarismo, con las graves consecuencias que esto conlleva. Obesidad, escaso desarrollo motor, disminución de la salud física, relacionándose todo esto, además, con el aumento de enfermedades psicosomáticas. Los niños viven estresados, con altos niveles de ansiedad (Freire Rodríguez, 2011). Cada vez queda más claro. Necesitamos estar en contacto con la naturaleza. Necesitamos acercar a los niños a estos entornos, y aunque algunas veces parezca que no tenemos muchas oportunidades para hacerlo, hay que aprovecharlas por el beneficio de nuestros niños. ¿Lo intentamos?

Lorena Lobato